9.11.04

Capítulo VII

En aquella época del año todavía tenía clase, así que al día siguiente aparecí por la universidad: no era aficionado a hacer pellas todos los días. En la clase me encontré con Pereira, que cuando me senté me dijo:
—¿Qué te pasó ayer?
—Negocios.
—Muchos negocios, pero... ¡a ver cuándo ves algún duro!
—Precisamente de eso te quería hablar... Entre clase y clase, te comento.

Cuando terminó la clase salió todo el mundo al pasillo a fumarse el cigarrito de rigor. Yo me quedé dentro, con Pereira, porque era la mejor manera de tener cierta intimidad.

—Oye, estoy pelado. Todavía no he visto un duro de la investigación sobre el libro, y ya llevo gastadas veinticinco mil pesetas, la mayor parte en gasolina. ¿No tendríais en la imprenta algún trabajo que yo pudiera hacer?
—Para navidades siempre hay mucho trabajo, pero está casi completo. Ya sólo queda la distribución... ¿te manejas bien por Madrid?
—Me apaño...
—Podrías llevar la furgoneta. Hay que repartir un montón de anuarios, agendas y demás. El reparto se realiza esta semana y la siguiente, para que las empresas puedan dárselas a sus empleados antes de las cenas de navidad. Te aviso: son muchas cajas, pesan un quintal, y cada una se entrega en una punta de la ciudad.
—Me interesa.
—Eso suponía. Iré yo contigo para ayudarte a cargar y descargar.

Luego, en la cafetería, hablé más relajadamente con él:
—Oye, tú has oído hablar de las ediciones piratas de El Buscón, ¿verdad?
—Claro. Se hicieron numerosas ediciones piratas de esa obra, porque en Castilla estaba prohibida. Ya sabes que se imprimió en Zaragoza, porque en el Reino de Aragón la censura era menos estricta.
—Sí. El caso es que... lo lógico es que, si alguien quisiera imprimir en Castilla un libro prohibido, lo imprimiera bajo un cuño aragonés, francés, toscano,... ¿verdad?
—¿A dónde quieres llegar?
—De Pablo del Río están documentadas dos obras. Una es el libro que tengo que investigar. La otra es una edición, posiblemente pirata y seguramente con datos editoriales falsos, del Buscón.
—Entonces, está claro como el agua. Se trata de una editorial que nunca existió.
—No tan claro. ¿Por qué imprimir un Buscón en una falsa editorial sevillana, y no en una falsa editorial de Valencia, Cataluña, Nápoles...?
—Quizá se imprimió en Sevilla, pero el impresor sólo se preocupó de evitar que apareciera su nombre en el libro.
—No sé, hay algo raro en todo esto..

Había ido a Getafe el lunes 12 de diciembre, y el martes 13 me había pasado por la facultad. El miércoles 14, al volver de clase, me encontré con una nota. Me había llamado Paco.

—¿Está Sanchís?
—Espere un momento; se lo paso.
—¿Diga?
—Paco, soy yo, Felipe. ¿Qué tal te va?
—Sobreviviendo, ¿y tú?
—Depende de lo que me digas. Porque me has llamado, ¿verdad?
—Sí, ya he terminado lo tuyo. Pásate por la tienda. Y trae el dinero.
Por la tarde acudí a la tienda de informática, me metí al taller y me encontré a mi amigo sentado ante una hilera de ordenadores encendidos.
—Son bonitos, ¿eh? Estos son los buenos, los que se venden con sistema operativo y todo. Llevan toda clase de extras: figúrate, hasta tarjeta de sonido.
Para Sanchís, cuyo primer ordenador había sido un Spectrum, una tarjeta de sonido era un lujo completamente prescindible. Si un Spectrum sin tarjeta de sonido podía reproducir sonidos digitalizados a partir de una casete, ¿por qué un PC no iba a poder hacer lo mismo? Paco habría sido feliz si los ordenadores nunca hubieran pasado de las 64 Kb del modelo más popular de Commodore.
Entonces, me fijé en que mi antiguo compinche del instituto me señalaba un grupo de ordenadores.
—Aquel de la izquierda está buscando la clave de registro para el programa. Lleva así desde que me trajiste el CD.
—Pues si eso es lo que querías enseñarme...
—Espera, ten paciencia. Mientras buscaba la clave de registro, me puse a examinar el programa... Me dio la impresión de que usaba una base de datos estándar de Borland.
—¿Y?
—La base de datos estaba encriptada, claro. Así que puse el ordenador del centro a buscar la clave inmediatamente. Y en eso sigue.
—Pero...
—Los programadores suelen ser bastante despistados. Muchas veces ponen una clave a los datos, pero se olvidan de ocultarla dentro del programa. Así que cogí el viejo PC-Tools, le eché un vistazo a tu programa, y vi que, entre una maraña de datos en formario binario, empezaban a aparecer trozos de preguntas SQL, y entre ellas la frase "pwd=1EqRt!;". Descifré la base de datos, escribí un programa cutre pero eficaz para consultarla, lo grabé en otro CD-ROM con la grabadora del taller, y aquí lo tienes.
—Eres un tío increíble.
—Ya lo sé; por eso me lo pediste a mí. Y ahora, mis cinco talegos.

Me volví a casa impaciente por ver lo que había en el CD. Mi ordenador no tuvo ningún problema para instalar el programa de Paco, y en la pantalla apareció un mensaje sencillo:
"Buscar: (A)utor. (T)ítulo. (E)ditorial. Lugar de (i)mpresión. (V)endedor. (L)ugar de venta. (P)recio. (D)escripción. (Espacio=buscar en todo)."
Inmediatamente, pulsé la E de editorial, y a continuación escribí Pablo del Río.
Ante mi apareció un resumen:

Pablo del Río, Sevilla (España).
1625-1629

Impresor probablemente falso. Aparece como impresor en una edición pirata del Buscón (1629). En la "Carta de la Duquesa de Chatillon al Embajador de España en Francia, sobre el catálogo de la biblioteca de su padre, el Duque de Lavalliere" (Biblioteca Nacional de Madrid, Mss/22988/12), se mencionan unas "Corónicas de los Hechos de los Tyrannos impíos" impresas por el mismo taller, en 1625. No se ha localizado ningún ejemplar de dichas Corónicas.

A continuación, aparecían varios ejemplares de la edición del Buscón, con su lugar, fecha y precio de venta y sus descripciones, con la habitual referencia al Paláu.

Pero la duda seguía corroyéndome: ¿por qué fechar en una plaza castellana la impresión de un libro prohibido en Castilla? Aquello no tenía ningún sentido. De hecho, ahora creía recordar que la primera edición, zaragozana, del Buscón se solía atribuir a un taller de Sevilla... Busqué en la misma base de datos: efectivamente, se sospechaba que el sevillano Francisco de Lyra había ocultado su identidad tras el zaragozano Pablo del Río..


© 2004 José G. Moya Yangüela. You can make copies of this post for personal use if you keep this notice intact.

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