10.11.04

Capítulo VIII

Aquella noche no pude dormir. En mis sueños veía al anciano Tito ofreciéndome un libro antiguo con cubiertas de pergamino. Lo abría por el colofón, y veía que estaba escrito en Bodoni. Tito me golpeaba en la mano con una palmeta, y me mostraba la cubierta trasera: "Mire este hermoso exlibris del Duque de Lavalliere". Yo trataba de ver el exlibris con las armas del duque, pero sólo veía una mancha borrosa, que se hacía cada vez más oscura y se acababa convirtiendo en una pantalla. Sobre ella, un montón de números en secuencia, como buscando una clave, acababan formando la palabras "Buscar. Autor. Editorial". Apartaba los ojos del maldito exlibris, y entonces el libro se convertía en La vida del Buscón llamado Pablos. En su pie de imprenta, Pablo del Río, Sevilla, se había convertido en "Pedro Verges, a los señales. Año de 1626", y éste en Francisco de Lyra. Cerraba el libro, y se lo entregaba a Tito, pero ya no era Tito, sino el buitre Martínez, que salía corriendo con él y luego lo emparedaba —junto con varias ediciones del quijote— para que se revalorizase con el paso de los años. Mientras tanto, el profesor Nájera venía a verme diciéndome que en un sótano de la cuesta de moyano alguien había encontrado un Lazarillo: efectivamente, se trataba de un perro.

Desperté. Con la cabeza totalmente ida, comencé a redactar un informe. Se lo entregaría a Nájera: quizá así consiguiera un poco de dinero.

No existe, hasta la fecha, ningún ejemplar auténtico de las Corónicas de los Hechos de los Tyrannos impíos, de Ferdinando Cotiaria, impresas por Pablo del Río, Sevilla, en 1625, si bien se han detectado posibles falsificaciones, como la que aparece en el catálogo de julio de 1994 de la librería "Codex" de Soria, falsificación burda aunque posiblemente antigua que se detecta facilmente por el uso de caracteres bodoni en su colofón.

El interés principal que ofrecería el descubrimiento de un ejemplar auténtico de este libro mencionado en el catálogo de la biblioteca del duque de Lavalliere (Manuscrito 22988/12 de la Biblioteca Nacional de Madrid), es la confirmación de la existencia del impresor sevillano, que suele incluirse en la nómina de cunas apócrifas utilizadas para burlar la censura.

Si bien parece improbable la existencia real de este taller, las razones que suelen alegarse para demostrar su inexistencia parecen infundadas: ¿por qué iba a utilizarse una falsa cuna sevillana para imprimir un libro prohibido en el reino de Castilla? Ello constituiría una excepción a la corriente general, puesto que es sabido que las autoridades del reino de Aragón eran mucho más benévolas. Más bien creemos que Pablo del Río tuvo alguna razón para no sólo cerrar su taller, sino borrar todo su rastro.


Aquí dejé de escribir. ¿Borrar todo su rastro? ¿de verdad creía yo que Pablo del Río había destruido deliberadamente todas sus obras? La idea era sugerente, pero increíble. De todos modos, la dejé en el informe.

Al día siguiente, en la universidad, busqué al profesor Nájera y le entregué y comenté mi informe.
—Un catálogo de una librería de Soria... Y dice que ha ido hasta allí a comprobar el ejemplar...
—Tenía que verificar que fuera auténtico. Conseguí contactar con el comprador, ofreciéndole una cantidad de dinero si el libro era cierto ejemplar con un... valor familiar. Logré evitar la compra haciéndoles creer que estaba buscando un mapa del tesoro.
—Muy astuto. Veo que tiene recursos...
—Uno hace lo que puede.
—En cuanto al catálogo de Lavalliere, ya lo conozco, así que no necesitará que le escriba una carta de recomendación para que le dejen leerlo. Claro que, si tiene un interés personal, puedo redactarla...
—No importa. Creo que voy a cambiar mi línea de investigación.
—¿Ah, sí?
—Tengo intención de contactar con un importante coleccionista. Creo que en su biblioteca podría encontrar alguna pista. Es sólo un corazonada, pero...
—¿Con qué coleccionista?
—Tito Causto... no sé si lo conocerá. Tuvo cierto renombre en el campo de los exlibris...
—Claro que le conozco. Me ayudó a escribir mi tesis. Si hay alguien que pueda haber visto otro libro de Pedro Ríos, ese es Causto.

Me marché de allí con muy buenas palabras pero sin dinero, así que pasé la tarde dando vueltas con una furgoneta y descargando cajas y más cajas de agendas, anuarios, ediciones no venales... Llegué después a casa con los brazos temblando, y supe que tendría agujetas al día siguiente, pero el bolsillo me lo agradeció.

Claro que, como soy un poco tonto, dediqué la tarde del viernes a elegir un buen vino para llevar a casa de Tito, y me gasté en ello gran parte de mis ganancias.

© 2004 José G. Moya Yangüela. You can make copies of this post for personal use if you keep this notice intact.

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