22.11.04

Capítulo XIX

Volvía a casa cuando me pareció escuchar, a mis espaldas, un extraño grito. No me gusta meterme en líos, pero soy lo suficientemente curioso como para girar la cabeza y mirar. No vi nada. Acababa de dejar atrás la plazuela del Reina Sofía, doblando por Doctor Mata, y supuse que el origen del grito estaría en una zona de la plazuela que ahora quedaba fuera de mi vista. Me senté, sin embargo, en el escalón de la puerta de un bar, y esperé por si sucedía algo que pudiera ver.
A los cinco minutos, apareció una figura bajita, calva y demacrada doblando la misma esquina que acababa de doblar yo: Era Tirteo.
No sé por qué, pero me dio un vuelco el corazón. Hasta aquel momento, su "gemelo" Títiro había sido el origen de varias de mis pesadillas. Pero ahora era él el que se presentaba en aquel lugar y a aquella hora en que yo había escuchado un grito que podría atribuírse a una pelea, o a un atraco, o a cualquier otro acto de violencia, pero que yo asocié, inmediatamente, con el vampirismo al ver aparecer al extraño amigo de Tito. Mientras mi racionalidad trataba de convencerme de que podía encontrarse allí por casualidad, algo me decía que era el origen de aquel horrendo grito que no podía ser sino de terror. Y tengo que admitir que, cuando pasó junto a mí sin verme, sentí como se me erizaba todo el vello del cuerpo. Fue como un instante extraño de silencio en el mundo, y de veras que me alegré cuando, de la calle Atocha, comenzaron a llegar los cánticos de un grupo de muchachos que salían de la discoteca.
Me metí en la cama pensando en la necesidad de consultar a Paco sobre las formas de vencer a los vampiros.

A la mañana siguiente ya no recordaba la siniestra aparición de la noche anterior. Tenía tantas cosas en las que pensar... Marta, las navidades, la cancelación de mis indagaciones... Me acordé de Azucena, y me acerqué a felicitarle las pascuas y a comentarle el mal final de la investigación. Iría a la hora a la que me había dicho que libraba.
—Buenas tardes, y felices pascuas.
—Un poco pronto, ¿no?
—Bueno, en la universidad ya hemos terminado. Aquí seguís todo el mes, ¿no?
—Sí, libramos sólo en Navidad, Año Nuevo y Reyes... Y las tardes anteriores. Yo me cogeré también algún día, pero en la próxima semana.
—Vaya, será duro.
—Ya lo verás cuando trabajes...

Cuando llevábamos ya un rato hablando le conté lo que me había pasado con el libro.
—Un editor extraño, ese Pablo del Río. El otro día estuve hablando con mi amiga y me contó un par de cosas sobre él... Parece que se lo tragó la tierra.
—Y, sin embargo, si existen las Corónicas de Cotiaria, puede que exista el Libro de Arte Química.
—¿El qué?
—Se atribuye al Marqués de Villena, por supuesto, aunque, como sabrás, su biblioteca nigromántica ardió casi por completo. Y dicen que la imprimió Pablo del Río. Hay referencias perdidas, parece ser, en diversos documentos.
—Pero, con ese nombre, no la imprimiría Pablo del Río.
—¿No?
—No, Pablo del Río pasó a Indias, estoy prácticamente seguro, como un cristiano viejo de historial limpio. Pero atrás se quedó, ahora me doy cuenta de mis errores, Paulus Fluminis, por quien fue impresa esa obra en algún taller de Hispalis. O, probablemente, de otro lugar de España.
—Es una buena hipótesis.
—Lo era. Creo que voy a dejarlo.
—Escucha: las Corónicas tenían un interés meramente bibliológico, pero si existe el Arte Química.... Escucha, si ese libro existe, yo conozco un buen comprador.
Entonces, en mi mente se formó, de nuevo, la imagen de lo que había visto la noche anterior, y dije:
—Ya sé quién es. Tirteo.

© 2004 José G. Moya Yangüela. You can make copies of this post for personal use if you keep this notice intact.

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