20.11.04

Capítulo XVI

—¿La semana anterior a las vacaciones? ¡Qué congreso más oportuno!
—Ya te digo. Ese sí que vive bien.
—¿Y qué voy a hacer ahora? ¿Cómo voy a conseguir leer la lista de pasajeros a indias?
—¿De verdad necesitas ir personalmente al archivo? ¿Seguro que no hay nada publicado?
—La verdad es que no he tratado de comprobarlo.
—Joder, tío, eres un desastre. Vete a la biblioteca y compruébalo.
Hacía casi un año que no pisaba la biblioteca de la facultad, y me llevé una sorpresa desagradable. En la puerta, un cartelito anunciaba que había cambiado la ubicación de la institución. Con asombro, pensé para mí: "¡o sea que eso que hay junto a la estación es una biblioteca!"
Aquí habría que hacer un inciso sobre el precario estado de las anteriores instalaciones, que adolecían de falta de espacio, falta de limpieza y falta de libros. O quizá no falta de libros, no se sabe. Hay una leyenda urbana que dice que los alumnos trepas roban las fichas de los libros imprescindibles, y que por ello nadie los encuentra. No lo sé. El caso es que cuando vi un edificio amplio, limpio, con abundantes terminales para búsqueda informática y con casi todos los libros directamente accesibles, pensé: "Esta no es mi biblioteca. Me la han cambiado". Y me dirigí al OPAC para efectuar mi consulta.
Efectivamente, el Archivo General de Indias venía publicando, desde 1930, un Catálogo de Pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII. La signatura (FL/Sótano/23479 Vol1, 2, 4 y 5) indicaba que el volumen se encontraba en el sótano de la biblioteca, es decir, que había de pedirlo en mostrador. Así que no podría comprobar las excelencias del nuevo sistema de acceso directo a los libros. Además, faltaba un ejemplar. Esperaba que ello no fuera un inconveniente.

Me acerqué al mostrador. Pedí el último tomo, para comprobar el índice. Me atendió una becaria jovencita, que llegó
—Humm... Llega sólo hasta 1577. ¿No sabrás si...?
—Casualmente, soy estudiante de Historia.. Hay otros dos tomos publicados, y llegan hasta 1599. Pero eso podías haberlo sabido pidiéndole los "detalles" al ordenador.
—No entiendo muy bien los terminales esos.
—Si quieres, quedamos un día y te lo explico.
—Muy bien, pero ahora... Voy a ver si tienen ese libro en el Consejo.

Mientras salía de la biblioteca y me dirigía a la estación, pensaba en lo absurdo de la vida. Después de años sin comerme un rosco, acababa de comenzar a salir con Marta y una becaria de la biblioteca se ponía a flirtear conmigo. Traté de concentrarme en mi novia. La noche anterior había sido estupenda, y era sólo el principio. Llegó el tren. Subí. Me senté en mi asiento. Estaba tan abstraído que me parecía verla en todas partes, incluso delante de mi.
—¡Felipe!
Su voz, su maravillosa voz me llamaba, en mis pensamientos. Yo estaba imaginándomela el fin de semana siguiente, abrazada a mí, en la discoteca.
—Felipe, ¿estás ido o qué?
—¡Marta! ¡No sabía que estudiaras aquí!
—Pues sí, ya llevo unos cuantos años... Yo no sabía que estudiaras tú aquí.
—Ya ves, cosas de la vida, como decían los de Modestia Aparte.
—Nunca pude soportar a ese grupo.
—Yo tampoco, pero me aprendí todas sus canciones. Eran pegadizas, ¿verdad?
—Qué tonto eres. ¿Vienes en horario de mañana o de tarde?
—De mañana. Hoy me he quedado un poco más porque tenía que consultar unas cosas en la biblioteca.
—Pues, si te vas a quedar otro día, avísame. Podíamos quedar a comer... Esta semana tengo prácticas por la mañana.
—Claro. Pero es que lo de hoy ha sido imprevisto. Y además no sabía que estudiaras aquí...
—¿En qué facultad estás tú?
—En letras. Estudio Filología.
—Ya sabes que los de ciencias siempre hemos pensado que los filólogos sois unos vaguetes.
—No lo dudes: lo somos.
La conversación siguió ese camino entre lo vital y lo intrascendente que suelen seguir todas las conversaciones de enamorados. Ni me di cuenta de que llegábamos a Atocha. Me levanté siguiéndola y la acompañé a su casa. Luego me fui a la mía. Cuando me di cuenta, era demasiado tarde para ir al Consejo. Llamé a Mateo para contarle las novedades.
—¿Sabes aquello del libro? Bueno, pues creo que he encontrado una pista. Es posible que el editor emigrase a América.
—¿Estás seguro?
—Pero no al cien por cien. Necesito consultar la lista de pasajeros. Y hasta el momento, sólo he visto publicada la parte del siglo XV. Tengo que ir mañana al Consejo para hacer mis averiguaciones, y si no encuentro nada tendré que ir a Sevilla.
—Me estás diciendo esto para que vaya yo, ¿verdad?
—Bueno, tú estarás allí. Y seguro que algún profesor tuyo te escribe una carta de recomendación: eres un alumno ejemplar... Todo un pelota.
—Tú si que eres pelota.
—Sí, pero eso no viene al caso. Oye, ¿sabes que estoy saliendo con Marta?
—Qué cabrón. Y no nos dijiste nada el sábado pasado.
—Es que salgo con ella desde el domingo. Me encontré con Roberto y él me dio su teléfono. ¿Sabes que ella estaba deseando que la llamara?
—Todos lo sabíamos. Mira que eres tonto... ¿Me dejas que se lo cuente a Blanca? Así sabrá que tiene un objetivo menos al que apuntar.
—Mejor se lo cuento yo. Oye, tú mucho "ataca", "ataca", pero a tu vecina no le has dicho ni mu.
—Ya lo sé... no me lo recrimines. Nos llevamos tan bien que me da miedo a estropear lo que tenemos. Para ella soy una especie de hermano... eso está bien, sí, pero... coño, yo no quiero ser un hermano.
—Venga, tío, a por ella. ¿Qué tal una cita de parejas?
—No sé... Blanca se va a sentir presionada...
—Sí, pero los dos sois mis mejores amigos... Puedo quedar con vosotros dos para... presentaros a Marta.
—No seas estúpido. Los dos la conocemos. No colaría. Mejor, déjame hacer. Necesito tiempo...
—Claro, pero a este paso vas a tardar tanto como yo. Oye, ¿sabes qué cosa divertida me ha pasado hoy?
—Dispara.
—Estaba en la biblioteca de la Universidad, y la becaria me ha tirado los tejos.
—Joder, unos tanto y otros tan poco.
—Oye, que yo el sábado pasado estaba como tú.
—Tú mismo lo has dicho: estabas. Pero ahora te encuentras en el bando opuesto.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Es fácil, ¿no?
—Creo que...no. Me sería mil veces más fácil proponerle matrimonio a Claudia Schiffer que invitar a Blanca a un café.
—Joder, entonces está tirado: pídele matrimonio a Claudia.
—La madre que te parió... Bueno, hasta luego.
—Adiós... (clic).
Inmediatamente después, llamé a Blanca. Yo sentía un gran aprecio por Mateo, a pesar de lo empollón que era, y consideraba que dejarle el camino despejado era lo mínimo que debía hacer. Por otro lado, había que buscar la manera de no herir los sentimientos de Blanca, si es que ella sentía realmente algo por mi... Aunque estaba seguro de que bebía los vientos por Mateo.
—Hola, Blanca.
—¡Hombre, Felipe! ¿Qué te cuentas?
—Algo muy importante. Pero no se lo cuentes a nadie, ¿eh? Es confidencial. —Esa era la mejor manera de asegurarme de la divulgación de la noticia.
—¿Algo confidencial? ¿Tú? ¿No tendrá que ver con una chica?
—Tú misma lo has dicho.
—¿Marta?
—Sí.
—¡Pillín...! y no nos habías contado nada...
—No había nada que contar... el sábado. La llamé el domingo y quedamos. Creo que la cosa va bien. ¡Demonios, si estudia en mi misma universidad! Puedo verla todos los días, si me lo propongo.
—Jolines, qué suerte. No como yo, con aquel chico al que estuve viendo justo antes de irme de Erasmus. El muy perro no me hizo ni una visita.
—Bueno, no te llamaba para recordarte historias dolorosas... Quería que me dijeras... No sé como empezar... Acabo de empezar a salir con ella, y las navidades se nos echan encima. Debería regalarle algo, pero todavía no la conozco lo suficiente.
—Cualquier cosa valdrá. Seguro que puedes regalarle una pulserita de plata, o algo de ropa... Si quieres, te acompaño. Creo que usamos la misma talla.
—Hombre, sería todo un detalle...
—Una cosa te advierto: ni se te ocurra regalarle un libro, aunque sea uno de esos libros antiguos que manejas tú... No hay cosa menos romántica que un libro.
—De acuerdo. ¿Cuándo quedamos?
—Pues espera que llame a Mateo... Puede venir él con nosotros, ¿verdad?
—Claro que sí. —Y diría, el muy tonto, que para Blanca era como un hermano.

Al cabo de un rato, llamó Blanca con la respuesta. Como el fin de semana ya era Navidad, podíamos quedar el miércoles, que era cuando acababan las clases en la universidad. Además, aprovechando que era día del espectador, veríamos una película. Era un plan estupendo.
Después, llamé a Marta. Le dije que ni el martes ni el miércoles me quedaría por la tarde en la universidad, y le propuse dar una vuelta por el barrio para tomar unas cervezas.
—Lo siento, pero mañana tengo prácticas por la mañana.
—Este año os han fastidiado las pellas de la última semana, ¿eh?
—Bueno, siempre lo hacen. No sé por qué, pero siempre me tocan prácticas esta semana.
—Bueno, pues que descanses.

Así que me quedé en casa, vi un trozo del programa de José Luis Garci y me metí en la cama.

© 2004 José G. Moya Yangüela. You can make copies of this post for personal use if you keep this notice intact.

2 comentarios:

José Moya dijo...

Pregunta de concurso: ¿En qué universidad estudia el protagonista? (¡es muy fácil!)

José Moya dijo...

Nadie se dió cuenta de que en el momento en que llega la becaria hay una frase que queda a medias. En la nueva versión de la novela, se arregla este fallo, y se procura dejar más clara la química entre el protagonista y la becaria.