30.11.04

Capítulo XXV

Al día siguiente, me levanté con un hambre terrible. Es el efecto que suele producir en mí la resaca, pero en aquella ocasión me pareció más intenso de lo normal. Sentía la necesidad de devorar todo el contenido de la nevera. Sin embargo, como eran las dos de la tarde, me contuve y limité mi ingesta a un vaso de coca-cola y unas magdalenas. Ya comería más a las tres.
Llamé por teléfono al Buitre para hacerle la pregunta del millón: ¿había oído hablar de la famosa novela de comienzos del siglo XX? Si era así, ¿se trataba también de una obra falsa? Martínez no lo sabía, ni le importaba. A él le interesaban solamente aquellas obras que pudieran comprarse a buen precio y venderse a un precio aún mejor. "Entonces, ¿el Arte Chímica es difícil de colocar?" "Más te vale no encontrar ese libro", me respondió, "porque hay muchos que lo buscan".
¿Se trataba, entonces, de un libro prohibido? Simplemente, parece ser, de un libro protegido por algo o por alguien. Ante mis continuas preguntas, el buitre me dio el teléfono y a dirección de un conocido que tenía una librería ocultista. Colgué y marqué el nuevo número. Contestó un individuo que pareció muy interesado cuando le mencioné mi investigación acerca de Paulus Flumnis, y más lo estuvo cuando le dije que habían encontrado una edición auténtica de las Corónicas de los Hechos de los Tyrannos impíos, según comunicación presentada a un congreso en México. Pero, cuando le dije que mis datos sobre el libro de Villena eran meras especulaciones, y que tampoco sabía dónde se encontraba —de hecho, sólo quería demostrar su existencia— me dijo que debería haber comenzado por la lectura de From magic to science: Essays on the scientific twilight, de Charles Singer, publicado en 1928 en Londres.
A mí me pareció que estaba dándome largas, así que, aunque me propuse acercarme a la biblioteca del Consejo para ver si por casualidad tenían allí aquel libro, traté de sacarle alguna otra pista. No hubo manera.
Después de comer, recibí la llamada de Mateo que había estado esperando durante días. Había conseguido una tarjeta de investigador gracias a sus buenas relaciones con los profesores, y se había acercado al Archivo de Indias en Sevilla. Me dijo que había visto un "Pablo del Río, vecino de Sevilla, casado con Doña Leonor de Mendoza, a Nueva España". La cosa iba avanzando.
Me acerqué a la Biblioteca del Consejo y busqué el libro de Singer. Estaba en la biblioteca central, en Serrano, y no me apetecía nada ir hasta allí. Para matar el tiempo (Azucena ya me había dicho que se cogería vacaciones durante esa semana), busqué libros sobre Villena. Aparte de los conocidos (incluidos el "Tratado de la fascinación o aojamiento" y el "Tratado de astrología"), no había nada. Pero, ¿qué esperaba? ¿que estuvieran todos los ocultistas buscando un libro ya publicado y accesible en una biblioteca cualquiera?
Como ya sospechaba lo que iba a pasar, había llevado también el trabajo de morfosintaxis histórica. Pedí un buen manual sobre el tema (el que tenía en casa era demasiado antiguo) y me dediqué a anotar diversas palabras cuya explicación no encontraría fácilmente. Estaba creando las glosas matritenses, y las encontraría un marciano en el siglo XXV. Lamentablemente, el marciano las utilizaría para envolver el bocadillo.
Salí finalmente de aquella biblioteca que, remozada y todo, seguía produciéndome un intenso dolor de cabeza, escozor en los ojos y urticaria en la piel. Algunos lo achacarían al polvo, pero yo, que tenía las paredes de mi cuarto tapizadas de volúmenes del siglo XIX, sospechaba que existía una verdadera alergia a las salas de lectura, enfermedad profesional de historiadores, filólogos y otras ratitas de biblioteca. Y hablando de historiadores... ¿quizá debería pasar a Jerónimos para hacerme el encontradizo? No, mejor no sucumbir a la tentación... Marta me había dicho que quizá volviera el día de los Inocentes. Claro que yo sospechaba que se trataba de una broma, así que no la esperaba hasta el dos de enero.
Entonces, recordé que llevaba ya veinticuatro horas sin visitar la cuesta de Moyano. Era una razón de peso para pasar a Jerónimos. Subiría por Moyano y, si no encontraba nada que mereciera la pena, aprovecharía para ir hasta la Puerta de Alcalá dando un paseo por Alfonso XII.
En Moyano me encontré la caseta de don Anselmo cerrada. Pregunté a los ocupantes de las casetas vecinas. Don Anselmo no faltaba aunque hubiera un terremoto, pero no tenía un horario fijo y a veces cerraba mucho antes de la hora. Me dijeron que había cerrado a las cinco. "Total, a estas horas ya no se ve nada". Tenían toda la razón, pero allí seguían, intentando colocar su mercancía. En la parte alta de la cuesta había un puesto especializado en ciencia ficción y otras literaturas de masas. Casi nunca lo visitaba, porque suponía escalar todo el desnivel entre el Prado y Alfonso XII, y en aquella ocasión era una buena excusa para la subida. Tuve suerte: allí estaba la segunda parte de "Piratas en Venus", si bien en una edición moderna en lugar de la hermosa edición de los años cuarenta en que lo había leído. También vi la novela en que se suponía que aparecía citado el Arte Chímica. Cuando lo compré, sospeché que toda la historia acerca de Pablo del Río era una mera artimaña de mercadotecnia. A teórico de la conspiración no me ganaba nadie.
Después de comprar aquel libro, caminé siguiendo la valla del botánico. Al terminar la valla reconocí que estaba cansado, que era improbable que me encontrara con Pilar y...¡qué diantres!, que yo tenía una novia estupenda. Así que bajé por Espalter, crucé el Prado en dirección a la Plaza de Platería y me metí en mi calle. En ese momento debió de darme un ataque o algo así, porque de repente me fijé en la cantidad de galerías de arte que había en aquel trozo de Madrid, y en el bello cuadro que formaba la Central Eléctrica del Mediodía. Como remedio casero contra aquel repentino frenesí cultural, subí los escalones de mi edificio de dos en dos, abrí la puerta, la cerré, corrí por el pasillo, me senté frente al televisor y abrí Perdidos en Venus.

© 2004 José G. Moya Yangüela. You can make copies of this post for personal use if you keep this notice intact.

5 comentarios:

José Moya dijo...

Esto es lo último que voy a escribir antes del cierre de NaNoWriMo. Soy un perdedor, ya lo sé, pero seguiré escribiendo.

Roberto Iza Valdés dijo...
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Anónimo dijo...

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Gracias y recuerdos

Iza, Roberto Iza

Anónimo dijo...

¿Por qué escribiste lo de "perdedor"?Espero que hoy en día pienses de otra manera. ¡A mí me estaba entreteniendo mucho tu novela!

Un saludo,

Flavia

José Moya dijo...

Lo de "perdedor" hay que entenderlo en el contexto en que fue escrita la novela.

Esta novela fue desarrollada para nanowrimo, un extraño concurso (sin premio) consistente en escribir una novela de 50.000 palabras entre el 1 y el 30 de noviembre de cada año.

Hasta el momento, esta fue mi tentativa más cercana al éxito en dicho concurso, y pensé en concluirla. Sin embargo, vi que mi intención de terminar la novela situando su final el 31 de diciembre era prácticamente imposible, así que la dejé como la dejé.

Muchas gracias por tu apoyo.